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¿Quién es el tránsfuga?

Publicado: 2015-02-01

Me preguntaron si es correcto "abandonar una bancada". Yo me pregunto a su vez, si la organización política o bancada parlamentaria a la que un congresista pertenece abandona sus principios, su propuesta política y programática, defrauda a quienes dice representar, ¿debe uno quedarse y contribuir a perpetrar la traición? ¿O debe prevalecer la coherencia con lo ofrecido y la lealtad con los que lo eligieron? ¿Quién es el tránsfuga? Y, ¿por qué nadie habla del transfuguismo presidencial?.

Sobre este tema, me solicitaron mi opinión en el diario El Comercio, a continuación, comparto con ustedes mi respuesta:

Los políticos tienen que cultivar la lealtad y la disciplina”, dijo el Presidente hace unos días refiriéndose a la última de las renuncias que se han dado en la bancada oficialista. No podemos sino coincidir con esta frase, pero disentir de la intencionalidad con la que el mandatario la profiere, confundiendo lealtad con sumisión, disciplina con obcecación. 

Hace falta lealtad, sí, a los principios antes que a las personas, al pueblo antes que al caudillo. Disciplina, sí; pero también apertura para el diálogo, disposición para rectificar.

Por eso, si la organización política o bancada parlamentaria a la que un congresista pertenece abandona sus principios, su propuesta política y programática, defrauda a quienes dice representar, ¿debe uno quedarse y contribuir a perpetrar la traición? ¿O debe prevalecer la coherencia con lo ofrecido y la lealtad con los que lo eligieron? ¿Quién es el tránsfuga?

Ahora bien, este no es un problema solo de calidad moral de individuos, es un problema que se ha vuelto inherente a la política tradicional en la que deslealtades, traiciones y transfuguismos se han naturalizado. No hay institucionalidad que garantice el cumplimiento de lo ofrecido, ni espacios de diálogo entre representados y representantes para actualizar esos compromisos. Tenemos apenas franquicias electorales, no hay partidos con propuestas políticas y programáticas claras, articuladas, construidas y legitimadas desde y con la ciudadanía.

Nuestra clase política no representa la diversidad y complejidad de sectores, de demandas, de luchas, de culturas del país. Pero no solo no nos representa, sino que tampoco define las políticas públicas ni conduce al país: se ha reducido a ser títere de los poderes fácticos, siguiendo el guion neoliberal de la desinstitucionalización, flexibilización y recorte de derechos ciudadanos para mantener un falaz crecimiento económico.

Todos los últimos gobiernos han sucumbido a esta lógica, todos ofrecieron cambios –“responsable” o “radical”, según el caso, pero cambio al fin y al cabo- y todos terminaron siguiendo el piloto automático, la “dictadura del MEF”. Todos claudicaron en su rol de hacer política y dejaron el papel estelar a la tecnocracia. ¿Acaso no configura transfuguismo tal circunstancia? Sin duda, Ollanta Humala es quien ha consagrado esta lógica y ha quedado por ello tan solo, sin partido, sin bases sociales, aferrándose a tecnócratas de alquiler que no conocen ni entienden nuestro país.

Necesitamos transformaciones profundas que pasan ciertamente por una reforma política-electoral siempre postergada en el parlamento que incluya la eliminación del voto preferencial, la obligatoriedad de las elecciones internas, de la formación política de los militantes, etc. Pero no solo eso: ya sabemos que las leyes no bastan. Hace falta una voluntad política renovadora, transformadora, profundamente democrática, radicalmente ética. Esa voluntad no va a emanar de la clase política tradicional. Hay que potenciarla "desde abajo y desde adentro".



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