Morir de indiferencia
En lo que va del año han muerto 15 niños en Puno. Ninguna de esas muertes mereció una portada en algún diario de circulación nacional. No supimos sus nombres ni sus historias, apenas quedarán registrados en una fría estadística. Solo sus padres, sus hermanos los seguirán llorando en silencio. Murieron de frío, sí, de frío, tan absurdo como eso, como cada año mueren alrededor de 400 niños en nuestro país, en la misma temporada, en las mismas circunstancias, como si fuera algo inexorable, silenciosamente como si fuera algo normal. ¿Cómo es posible que la pérdida de esas valiosas vidas humanas ni siquiera nos conmueva ya como país? ¿Cómo es posible que permitamos que la historia se repita una y otra vez? Sí, esos niños mueren porque lo permitimos. Esas muertes se pueden evitar si entendemos que no se trata solo de repartir frazadas (que encima llegan tarde porque las licitaciones no se hacen a tiempo y los proveedores incumplen los plazos de entrega como ocurrió este año).
Si apenas cumplimos con la acción reactiva vamos peor aun cuando de prevención y planificación se trata, que es la única manera de acabar verdaderamente con este drama. Existen técnicas, programas y políticas para ello: construcción de viviendas con sistemas de captura y retención de calor que muy bien pueden hacerse con materiales tradicionales, sistemas de calefacción con energía solar, programas de nutrición que incorporen los productos locales así como agua y saneamiento para disminuir la vulnerabilidad de los niños, distribución oportuna de vacunas y medicamentos pertinentes en postas y centros de salud, atención móvil en zonas vulnerables, etc. Se requiere ciertamente de un presupuesto adecuado y de una eficiente gestión intersectorial e intergubernamental que aún no tenemos, pero sin duda lo que más falta hace es voluntad política.
Pero, ¿de dónde podría emanar esa voluntad política si a nadie conmueve, a nadie indigna que mueran esos niños, quizás porque suelen estar "lejos", suelen ser campesinos, suelen hablar quechua o aymara? ¿Hasta dónde hemos llegado que podemos permanecer insensibles ante tan injusta y dura realidad? ¿Será que somos nosotros los que estamos muriendo de frío en nuestros corazones? ¿Será que estamos tan ocupados por nuestras carreras por el éxito, entretenidos por los escandaletes políticos, preocupados por la farándula, que ya no somos capaces de mirar alrededor y preguntarnos por el otro? ¿Cómo hacer para recuperar nuestra capacidad de indignarnos frente a la injusticia, conmovernos frente al dolor ajeno?
El frío aún no acaba. Cientos de niños pequeños están en riesgo, cientos de familias podrían perder su ganado y con ello su única fuente de subsistencia. Se ha dicho que esta es una ola de frío excepcional pero lo cierto es que con el cambio climático ocasionado por la voracidad de la especie humana los fenómenos meteorológicos serán cada vez más intensos y recurrentes. Estado y sociedad deben prepararse para afrontar estas situaciones, identificando las zonas de alta vulnerabilidad, desarrollando estrategias preventivas integrales frente al friaje y la helada, implementando políticas y programas de adaptación al cambio climático y, también y sobre todo, restituyendo la vida y la dignidad humana como centro y fin supremo, sobre todo la de los más vulnerables, los invisibles. Que no nos siga matando la indiferencia.
Publicado en Diario 16, sábado 8 de agosto 2015.