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Ideas para un Nuevo Perú

por MASSIMO MODONESI

Publicado: 2017-11-13

Desde la década de 1980, cuando Izquierda Unida (IU) fue aplastada por la tenaza de la insurgencia de Sendero Luminoso y la contra fujimorista, no se veía a la izquierda peruana disputar el escenario político y constituir un contrapoder significativo. En los años noventa, la violencia terrorista y la dictadura destruyeron los contrapesos que la izquierda había laboriosamente construido a lo largo de diversos ciclos y experiencias de luchas entre los decenios de 1920 y 1970: el socialismo impulsado por José Carlos Mariátegui, el Aprismo de Haya de la Torre, las guerrillas de los sesenta, los movimientos populares y campesinos en el periodo del gobierno militar reformista de Velasco Alvarado entre 1968 y 1974 y en la década siguiente cuando IU fue protagonista de experiencias de lucha y de gobierno hasta que explotó el senderismo. 

Ya en el siglo XXI, tras el fracaso del gobierno “nacionalista” de Ollanta Humala, a partir de importantes luchas territoriales contra el extractivismo y de la convergencia de varias organizaciones en el Frente Amplio por Justicia, Vida y Libertad (FA), surgió la candidatura de Verónika Mendoza a la Presidencia de la República, una joven dirigente política originaria del Cusco que fue congresista por su región en el periodo 2011-2016 y tomó distancia prontamente del gobierno de Humala.

El sorprendente resultado de 18.8 por ciento obtenido por el fa en la primera vuelta en 2016, aunque no lograra impedir el paso a las derechas neoliberales (la populista-fujimorista y la tecnocrática del actual presidente Kuczynski), marcó un punto de inflexión respecto al pasado y colocó una serie de temas y perspectivas. Si bien hoy el FA pasa por dificultades y reacomodos internos, la campaña electoral y la trascendencia de la figura de Verónika Mendoza –impulsora de la recién nacida organización Nuevo Perú– generaron un espacio, despertaron sensibilidades y politizaron sectores sociales, en particular juveniles, que no se replegarán fácilmente.


Massimo Modonesi: El primer tema sobre el cual quiero conocer tu opinión es el pasado, las experiencias y tradiciones de la izquierda peruana: ¿cuáles te gustan?, ¿cuáles no?, ¿con cuáles te identificas?, ¿qué cuentas hay que hacer con ellas?
Verónika Mendoza: Siempre es importante hacer cuentas, hacer memoria, reconstruir historias para poder avanzar, recoger aprendizajes y, sobre todo, no repetir errores. Quizás un poco por mi historia personal o mis raíces personales, las vertientes políticas con que me siento más cercana, identificada o que me interpelan más son las que reivindicaron la dimensión cultural-identitaria como eje de la disputa y la transformación –quizá porque vengo de una familia andina quechuahablante por el lado de mi padre–, y creo que en Perú es un ámbito que todavía no terminamos de abordar a profundidad y desde las izquierdas no terminamos de “aprovechar” en todo su potencial. Creo que hay todavía en el Perú del siglo XXI una gran fuerza transformadora en esa dimensión identitaria y cultural. Es cierto que en los últimos años los pueblos indígenas –aunque no necesariamente se denominen así sino, más bien, se reconozcan como campesinos, nativos– se han ido constituyendo en actores políticos con capacidad de incidencia en el debate político, pero creo que la sociedad en su conjunto todavía no logra captar toda la fuerza transformadora que puede haber en esa dimensión.
¿No sigue habiendo una escisión entre proyectos provenientes de la sierra y la costa? A primera vista, se diría que el proyecto que impulsas se asemeja a Izquierda Unida, con mayor arraigo en la costa, aunque también en algunas regiones andinas, el Partido Unificado Mariateguista en Puno, por ejemplo.
En un país tan diverso como el nuestro, desde todo punto de vista –cultural, geográfico, económico– tiene mucho sentido la idea de construir un frente, una red de diversas fuerzas y corrientes; es decir, resulta difícil pensar en un proyecto político transformador que se asuma homogéneo o universal. En Perú, por su diversidad, debe sostenerse un proyecto político capaz de hacer síntesis de diversas corrientes, tendencias, culturas, y de alguna manera asegurar la permanencia de cada una de éstas y encontrar en esa diversidad la riqueza y el potencial para avanzar. Ahora, en el caso de Izquierda Unida es algo que resulta difícil lograr, venimos de una tradición política en general, y de izquierda en particular, muy vertical y caudillista; entonces, esta idea de unidad en la diversidad sigue suponiendo un reto muy complejo. Pero la diversidad es uno de los paradigmas que debe marcar la política de la transformación: diversidad de luchas, de culturas, de liderazgos, de economías, frente a la lógica homogeneizadora y el miedo a la diferencia promovidos por el neoliberalismo y el conservadurismo.
Izquierda Unida, bien que mal, se forjó en una época de ascenso de luchas, con ciertas coordenadas, cierta jerga, léxico o gramática marxista, socialista y revolucionaria que los mancomunaba con todas las diferencias y la pugna interna. ¿Percibes que hoy están (estamos) un poco huérfanos de palabras aglutinadoras? ¿O cuáles serían las palabras clave que, a tu parecer, servirían para federar? O sea, más allá del problema organizativo –ya entraremos en eso– discursivamente, en términos de proyecto, decir “izquierda” era decir algo, decir “frente amplio” parece más vago, aunque después aparezcan las ideas de justicia, vida y libertad. ¿Con qué ideas fuerza pueden estructurarse un discurso y un proyecto que sincronicen o sintonicen las luchas?

Por un lado, hay conceptos, digamos, más programáticos. La idea de un Estado que planifica, regula y garantiza derechos fundamentales es uno de ellos, aunque quizás en otras partes del planeta no se identificaría necesariamente con la izquierda pero en un país como el nuestro, con una hegemonía neoliberal aplastante, el simple hecho de plantear un Estado que planifique y regule es casi casi revolucionario; programáticamente, eso une a las izquierdas, y en ello hay consenso, y también empieza a ganar espacio en el sentido común. La gente empieza a darse cuenta de que esta lógica de “cada quien hace lo que le da la gana con tal de ganar plata” nos está llevando al descalabro. La corrupción generalizada que estamos viviendo en los últimos tiempos y el efecto devastador del fenómeno del niño costero por falta de prevención y planificación hacen que la gente tome conciencia de esto. 

En otros temas hay más debate o matices. Por ejemplo, el relacionamiento con el territorio y la naturaleza para el proyecto del Nuevo Perú sí es un eje identitario central que viene de nuestra historia y nuestra cultura: pueblos indígenas que han tenido un vínculo particular con la naturaleza, no solamente utilitario sino hasta espiritual y que ahora adquiere una nueva perspectiva por el cambio climático que nos afecta directamente en Perú y que lleva a la toma de conciencia de que no podemos seguir depredando la naturaleza y que tenemos que superar esa lógica consumista y depredadora por un nuevo paradigma de relaciones armoniosas con la naturaleza –como bien común de la humanidad– y de solidaridad con las generaciones futuras.

Está también el tema de la igualdad de derechos. Somos un país sumamente diverso, pero también fragmentado y de múltiples discriminaciones. Éste es uno de los aspectos en que estamos tal vez más trabados, pues en el Perú del siglo XXI el racismo y el machismo están muy presentes, y ahora se reactualizan con la ola conservadora que recorre América y más allá. Para nosotros es un tema fundamental porque entendemos que atañe a la dignidad de las personas y a la esencia misma de la humanidad; por eso la lucha por la igualdad plena y la superación de toda forma de discriminación (racismo, machismo, homofobia…) es central.

Tenemos entonces la idea de igualdad, de bien común, por ejemplo, el territorio o la naturaleza. La idea de justicia a través de un Estado garante de derechos, pero también a través de la recuperación de paradigmas que nos son propios pero fuimos olvidando, como la solidaridad, el trabajo colectivo muy presente en el antiguo Perú o en el rural, pero también en una tradición de sectores urbanos populares muy proclives a organizarse, a tejer redes de solidaridad para resistir, y que pese a la hegemonía neoliberal innegable todavía está latente y que podemos recuperar.

Esa distinción, pero al mismo tiempo articulación, entre el antiguo y el nuevo Perú es muy mariateguiana.
Sí. Mira: debe ser porque lo has evocado… De hecho, en la construcción de nuestro relato del nuevo Perú queremos superar la idea de la utopía inalcanzable. El nuevo Perú no está solamente en un futuro lejano al cual llegaremos con mucho esfuerzo y lucha, sino que está presente aquí y ahora en muchos territorios, en muchas luchas, en mucha gente que construye cotidianamente un Perú más solidario, sostenible, soberano. Es necesario reconocer y reivindicar las luchas y victorias populares entendiendo que la transformación empieza en la dimensión cotidiana.
Una pregunta sobre la forma de partido-movimiento o de colectividad política: ya hablamos del paraguas de una federación, de un frente con relación a la diversidad, pero después ¿cuáles son las prácticas de la política que te parece que más pueden servir? Hay muchos paradigmas, más partidarios o más sindicales, y –hablando de utopías– está la idea del movimiento, pues el movimiento es una realidad cuando hay movilización y cuando hay conflicto, y luego se tiende a disolver y hay que buscar formatos para sostener prácticas de agregación política y participación política en tiempos de reflujo de las luchas. Ahí está uno de los grandes enigmas y dilemas; ¿cómo lo ven ustedes, cómo lo ves tú?

En realidad, estamos en medio de un debate alrededor de ese tema, de un debate y de un ensayo permanente, ensayo-error, ensayo-aprendizaje, aunque no siempre aprendemos: a veces repetimos los errores; pero bueno, tratamos de avanzar. Un concepto clave es dar el poder a la gente: más allá de la militancia y la estructura partidaria, creo que es clave construir un espacio abierto, permeable a la participación de la gente, lo cual pasa primero por escuchar las necesidades de la gente. Suena fácil, mas no lo es; de hecho, no es una cosa tan automática en las izquierdas. Solemos ver muy por encima a la gente con todo preconstruido, y llegamos a decirle su verdad y su solución. Creo que es clave incorporar y empoderar a la ciudadanía desde el reconocimiento mismo de sus necesidades y la construcción de alternativas y soluciones, pasando por la organización y movilización. Además, es la única garantía de que se apropien y asuman plenamente el proceso de transformación. Éste es un concepto clave para nosotros que, además, en nuestra experiencia más concreta y reciente nos ha funcionado, como cuando convocamos comicios ciudadanos abiertos para la elección de las candidaturas, algo inédito en Perú. 

También vuelvo sobre esta idea de la “unidad en la diversidad”, entender que en la diversidad de corrientes, tradiciones que pueden agruparse en Nuevo Perú –en este instrumento que estamos construyendo–, están nuestra riqueza y fuerza. No tiene sentido forzar una homogeneidad de pensamiento cuando, más bien, hay que dejar que fluyan las distintas luchas y formas de luchar a través de este instrumento. No es fácil porque siempre vuelve el fantasma de la verticalidad, de la homogeneidad, como supuesta garantía de la unidad y de la posibilidad de control. No es fácil porque supone que nadie controla el instrumento porque está vivo, y la mayoría prefiere algo compacto, pequeño y quieto que controlar algo vivo, abierto y en permanente movimiento, difícil de asir, pero vivo. Prefiero lo segundo, con todos los riesgos que implica.

Justo cuando se habla de “instrumento político” –que evoca la experiencia del mas boliviano–, puede asumirse que la comunidad o las luchas están en otro lugar, entonces se usa ese instrumento. La otra hipótesis, el otro paradigma, es que más bien hay que habitar ese lugar, y habría que ver si aquí están constituidos los espacios colectivos. Nuevo Perú es un instrumento de esos espacios colectivos construidos autónomos, y cuya autonomía se respetará, o se piensa también como un espacio de construcción identitaria y comunitaria. Lo digo porque el énfasis, el matiz, es importante.
Para nosotros es algo incierto aún, en construcción, que depende además no sólo de nuestra voluntad sino, también, de la realidad de los procesos sociales. Por ejemplo, cuando se inició este proceso del Frente Amplio, a mí me queda clarísimo que fue porque hubo una especie de encuentro de distintos movimientos, que confluyeron en un momento histórico en el que lograron tener eco e incidencia en el debate público y político y que abrieron un espacio para que una alternativa política como la nuestra pudiera tener algún nivel de respaldo y soporte organizativo. El frente fue en gran medida un espacio de encuentro real y, sobre todo, simbólico de estos movimientos. Para mí, está clarísimo que ahí están la fuerza y el motor para un proceso de transformación: el encuentro y la articulación de luchas concretas. Pero es bien complejo situarse en el debate que me planteas porque los movimientos o los procesos sociales a partir de los cuales puede construirse esta alternativa están muy precarios y dispersos. Entonces, habrá espacios, sectores en los cuales nos va a tocar propiciar, promover movimiento, toma de conciencia, articulación, y otros casos en los que simplemente seremos un espacio articulador de procesos existentes, respetando su autonomía. Pero no es tan fácil cerrar una posición al respecto en un universo tan desagregado; nos toca hacer camino al andar.
Y al mismo tiempo habrá que combinar esa diversidad de formas de aproximarse. En entonces instrumento, pero también puede ser comunidad o espacio colectivo: para algunos será un espacio digamos para constituirse como sujetos; y para otros, un espacio donde sujetos constituidos pueden aproximarse. Esta diferenciación implicará una dimensión variable de la forma de organización.
Exacto, dependerá de nuestra definición identitaria, pero también de cuánto los movimientos, los procesos de lucha se fortalezcan, articulen y movilicen.
La última pregunta sobre el futuro, un futuro conectado al presente. Tengo la sensación de que están viviendo un pasaje delicado tras la catarsis del tiempo de la coyuntura electoral, de la irrupción de tu candidatura y de un movimiento. Después de los periodos breves y condensados de ciertas coyunturas políticas, también uno entra en uno de la política ordinaria, en medio del reflujo de la movilización y de los ritmos impuestos por la pequeña política y los medios de comunicación. ¿Cómo sobrevivir a esta normalización desmovilizadora?, ¿no será que hay una trampa en la forma de hacer política hoy que te obligan a estar siempre sobre la coyuntura, siempre opinando, siempre demostrando? Leí un artículo que escribió Dargent sobre “el suicidio del Frente Amplio”, y me parece que ahí hay una concepción contagiosa de la política: pensar que los proyectos políticos necesariamente demuestran su vitalidad siempre y sólo en el corto plazo de la coyuntura. En parte es cierto, pero así como se tiene que diversificar la forma de construir el instrumento político, ¿cómo también diversificar la forma de hacer política y no caer en la trampa de que un proyecto político existe y no se suicida en el corto plazo? Siento que ahí hay un gran desafío. Te lo planteo como problema, como una pregunta –no porque debas darme la solución–, pero creo que hay que tratar de salirse de la trampa del cortoplacismo, aun cuando se esté obligado a responder. ¿Cómo se puede responder a esa exigencia, mas sin perder de vista de que una construcción política en un país que ha vivido décadas tan problemáticas no puede surgir ni si quiera de una irrupción coyuntural electoral, necesita rearticularse en procesos de mediano-largo plazo?, ¿cómo aprovechar la coyuntura sin desengancharse de ese mediano-largo plazo de la construcción de las subjetividades políticas?
Es un tema que nos interpela constantemente; siempre nos dijimos –y lo decíamos a la gente–, incluso en el momento más crítico del proceso electoral, que debíamos estar muy conscientes de que una eventual victoria no era garantía de concreción de nuestro proyecto político, que la transformación de que hablábamos iba más allá de una elección o de un periodo de gobierno, y que era necesario construir ese poder popular –para usar uno de los conceptos presentes en nuestro debate– y disputar profundamente los sentidos comunes. Puedes ganar una elección porque algunos de tus mensajes “enganchan” de pronto con la gente, pero el sentido común autoritario, discriminador, consumista, individualista, está en auge todavía. Es importante tener conciencia de esto. Leía hace días una entrevista de Pepe Mujica, quien señalaba: “Nunca estuve en el poder, solamente estuve en el sillón presidencial”. Creo que hay que tener muy presente eso siempre, que lo uno no conlleva necesariamente a lo otro y que si en realidad queremos tener fuerza suficiente para los cambios que nos proponemos será un trabajo de mucho más largo aliento y que requiere estar muy adentrados en el territorio, en el movimiento social de manera permanente. Por otro lado, hay en efecto un riesgo de que la dimensión institucional te absorba. De hecho, nos pasa en este momento: muchos de nuestros militantes referentes están absorbidos por la dinámica parlamentaria, atendiendo lo urgente que te distrae en alguna medida de lo importante.
Y la dinámica mediática que te solicita hacer sólo intervenciones de esa naturaleza cuando debería haber una tarea educativa, lo cual los medios no cumplen, una tarea informativa…
Sí, es una tensión que nos atraviesa de manera permanente. No sé si lograremos resolverla y encontrar el equilibro para movernos en las dos dimensiones, pues tampoco puedes abandonar la dimensión mediática coyuntural que también incide en los sentidos comunes y te puede servir para esa disputa, para ir abriendo algunos debates, en la medida en que luego te sitúes en la otra dimensión –en “la cancha” con la gente– para profundizar en ese debate, en esa toma de conciencia.
Veo que por allí se mueven algunas iniciativas; por ejemplo, la revista Ojo Zurdo cumple una función importante respecto a cierto plano de debate. Pero siempre está ese eslabón de la formación política, pensando no sólo en escuelas de cuadros formales sino, también, en espacios de formación política que hoy pasan mucho por redes sociales. ¿Tienen alguna iniciativa en curso desde Nuevo Perú para construir y difundir esas ideas que barajas?

Iniciamos recientemente nuestra escuela de formación política, dirigida en un primer momento a nuestra militancia, que trata de combinar la reflexión y la acción. Tenemos que desarrollar una lógica de campaña y movilización constante alrededor de algunos temas centrales que nos ayuden a conectar concretamente con las demandas de la gente, a politizar esas demandas y necesidades, pasando por la toma de conciencia de todos los poderes en juego, e incluso de los paradigmas en disputa subyacentes a esas tensiones. Nos hemos propuesto enrumbar lo que llamamos, quizá de modo pomposo, proceso constituyente. A través de diversas campañas en el territorio, con la gente, a partir de sus demandas concretas, ir abriendo espacios de discusión en la calle, en el barrio, en la comunidad, en las universidades, en las redes sociales. Es un reto enorme para nosotros, que contamos con poca logística y casi nada de dinero, con un aparato organizativo que apenas se constituye, pero somos conscientes de que ésa supone la única manera de hacer que nuestro proyecto político viva, eche raíces y trascienda la vorágine electoral. En eso estamos, en un proceso aún inicial; de hecho, nuestro congreso fundacional será a mediados de año. Apenas estamos naciendo, pero con toda la voluntad no sólo de sobrevivir sino de vivir.


Lima, mayo 2017.

(Entrevista publicada en la Revista Memoria, Número 262. Año 2017-2, México

https://revistamemoria.mx/?page_id=1600)


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